
Mi hermanastra dijo que mi vestido de novia estaba maldito hasta que supe por qué mi gran día se estaba desmoronando – Historia del día
Una semana antes de mi boda, todo empezó a desmoronarse: mi lugar de celebración había desaparecido, mis zapatos estaban estropeados y mi peinado era un desastre. Mi hermanastra dijo que era la maldición del vestido. Pero yo tenía la sensación de que era algo totalmente distinto...
¿Has intentado alguna vez organizar una boda con un presupuesto inferior a tu cuenta de la compra?
Sí, yo tampoco, hasta que se convirtió en mi vida real. Yo era profesora de segundo curso, con dieciséis niños en mi clase. Mi prometido era un futuro médico que aún no había empezado a ganar dinero.

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Aquella tarde, sostenía una taza de té de tilo en ambas manos, mirando mi sencillo anillo. Aún no podía creer que hubiera dicho "sí".
Sentada frente a mí estaba Calla, mi hermanastra: madres diferentes, mismo padre (padrastro para mí) y una infancia llena de compromisos.
"¿Has pensado qué tipo de boda quieres?", preguntó de repente.

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"Una que nos podamos permitir".
Enarcó una ceja y luego se estiró como un gato, sonriendo.
"Por cierto, a mí también me han pedido matrimonio".

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"¡¿Qué?!".
"Sí, anoche mismo. David se arrodilló junto a nuestros cubos de basura. Romántico, ¿eh?".
"Dios mío... ¿Y qué le dijiste?".
"Bueno, primero, solté un chiste. Si no, no sería yo. Pero luego... dije que sí".

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La abracé. Fue sincero.
"Calla, deberíamos ir a ver a papá este fin de semana".
"¡Oh, vamos! Le daremos la noticia y quizá... veamos las viejas joyas de mamá".
"Me parece un buen plan. Por cierto, seguirás siendo mi dama de honor, ¿verdad?".

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"¡Sí! Vigilaré los errores que cometas para no repetirlos".
"¡Oh, no has cambiado nada, hermanita!".
"Y no lo haré. No soy tu madre".
Sonreí, pero algo me pellizcó por dentro. Mamá había fallecido hacía unos años. Me crio sola hasta que conoció al padre de Calla.

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Luego vino un complicado mosaico de rutinas familiares. Pero mamá nos quería a los dos por igual.
Miré a Calla. Estaba hojeando su teléfono, murmurando comentarios en voz alta.
"Dios, estos vestidos de novia... ¿quién paga tres de los grandes por un camisón blanco?".

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Sonreí, pero mi mente ya había divagado. El pecho de mamá sostenía el vestido con el que había soñado desde niña.
"Algún día te lo pondrás el día de tu boda, cariño", sonrió mamá mientras yo intentaba ponerme la tela tachonada de piedras preciosas sobre el chándal embarrado.
Era una reliquia familiar y un recuerdo de ella. Pero entonces no sabía que aquel vestido casi arruinaría mi boda.

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***
Llegamos a casa de papá el sábado por la mañana.
Todo estaba igual: las escaleras chirriantes, la alfombra con la eterna mancha de café y la vieja Lucy, la perra que apenas se levantaba para saludarnos.

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Papá salió de la cocina.
"¡Mis niñas! ¿A cuál de vosotras beso primero en la frente?".
"Prueba con las dos, y te diremos cuál se pone menos celosa", contestó Calla, que ya le rodeaba con los brazos.
"Siéntate, cuéntamelo todo. Las dos no estáis embarazadas, ¿verdad?".

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Pusimos los ojos en blanco.
"¡Papá!".
"Vale, bromas aparte. ¿Y bien?".
Las dos extendimos las manos con los anillos. Papá se quedó inmóvil un momento y luego se echó a reír.

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"¡No puede ser! ¡Un doble golpe! Estás intentando llevarme a la quiebra, ¿verdad?".
Sus ojos se volvieron soñadores por un momento.
"Tu madre... tenía una cosa que guardaba como oro en paño. Su vestido de novia. Creo que aún está en algún lugar del desván".

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"Sí, pensaba buscarlo", dije. "Mamá siempre soñó con que me lo pondría el día de mi boda".
Calla entrecerró los ojos.
"Interesante... muy interesante".
Me incliné hacia ella.

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"Oh, ni siquiera había pensado... ¿Seguro que tú también lo querías? Podríamos compartir..."
"Por nada del mundo. Ese vestido está maldito!".
Papá se levantó.
"Calla, cariño, cuida tus palabras. Ese vestido pertenecía a la familia de Laurel, así que lo llevará ella. Y te compraremos algo nuevo. Tengo algunos ahorros".

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"Oh, papá, tus ahorros podrían cubrir un viaje en taxi hasta el restaurante", se rio Calla.
Papá sonrió, sacudiendo la cabeza.
"Cariño... no has cambiado".
"Y no lo haré. Venga, Laurel, vamos a ver qué tesoro tienes ahí arriba".

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Calla me dio un codazo hacia la escalera. Finalmente, subimos al desván. El polvo flotaba en el aire como la nieve en una película antigua. La linterna parpadeó nerviosa.
Y allí estaba: el cofre. Pesado, de roble. Lo abrí con un crujido y Exclamé.
"Dios mío..."

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Dentro, un vestido blanco como la nieve, adornado con delicados encajes y piedras preciosas. No era sólo un vestido. Era arte. Elegancia cosida en cada costura.
"Mamá me dijo que era de su abuela", susurré. "Pasó de generación en generación".
Calla se apoyó en el borde del arcón.

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"Pero sabes que trae mala suerte, ¿verdad?".
"¿Qué?".
"La abuela me lo contó. Todos los matrimonios en los que hubo vestido acabaron en desastre. Mamá se divorció. Su tía, dos veces. Y la abuela..."

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Calla hizo una pausa. "Luchó por quedarse embarazada. Decía que era un castigo por llevar ese vestido. Está maldito".
"Estás de broma".
"¿Mamá nunca te lo contó? Quizá no quería asustarte".
Calla no sonreía. Y eso era lo que más me estremecía.

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"No creo en las supersticiones, Calla. Y este vestido... Es perfecto. Me voy a casar con él".
"Como quieras. Sólo te avisaba".
Pasamos la velada con papá, recordando viejas historias familiares y bebiendo demasiado té de tilo. Calla bromeaba, pero cuando creía que no la miraba, su sonrisa se desvanecía.

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Algo había cambiado en ella aquella noche. Tal vez fueran los nervios de la boda. O tal vez... algo más. Aún no sabía que su pequeña "advertencia" sobre la maldición no era más que el primer paso hacia una serie de desastres.
***
Una semana antes de la boda, todo empezó a desmoronarse.
Volvía a casa del colegio, soñando con una noche tranquila, cuando sonó mi teléfono.

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"Buenas tardes. Soy la administración del restaurante. Tu reserva para el próximo sábado requiere una actualización. El precio del alquiler se ha duplicado debido a un ajuste estacional de tarifas".
"¡¿Qué?! Hicimos la reserva hace tres meses. Basándonos en vuestras tarifas anteriores. Está todo por escrito".

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"Estamos obligados a seguir los precios actualizados. Confírmalo antes de mañana. De lo contrario, tendremos que anular tu reserva".
Terminé la llamada y llamé a mi hermana.
"Calla, has reservado el local. ¿Te han dicho algo sobre la subida de precios?".
Dejó escapar un largo suspiro.

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"¿Qué? Mencionaron algo sobre la actualización de los precios... Oh, vamos, ¿realmente importa dónde se celebre? Todo es cuestión de amor, ¿no?".
"No tiene gracia, Calla".
"Vale, vale. Ya se me ocurrirá algo".

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Al día siguiente llegaron mis zapatos de novia. Se suponía que eran perfectos, hechos a mano, mi único capricho extravagante.
¡Ay, Dios!
La caja del porche estaba empapada y aplastada, cubierta de barro. Dentro estaban mis zapatos, manchados de algo.

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Calla estaba sentada en mi cocina, eligiendo un tono de esmalte de uñas para su pedicura.
"Calla, ¿en serio?".
"¿Ocurre algo?".
Le enseñé la caja en silencio.
"Oh, vaya. Juro que he comprobado la opción de mensajería. Pero oye... esto empieza a parecerse a una de esas señales de comedia romántica del universo, ¿sabes?".

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"¡Calla!".
"Sólo lo digo. Quizá el vestido de mamá esté... no sé. ¿Interfiriendo un poco en tu karma?".
Golpeé la caja contra la mesa.
"Es sólo un error de entrega. Llamaré y pediré una indemnización. Y los mandaré a la tintorería".

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Un día después, otro golpe. Cuando dejé los zapatos en la tintorería... el encargado me saludó con una sonrisa.
"No te preocupes, los tendremos listos en cuatro días".
"La boda es en tres".
"Este tejido es muy delicado. Hecho a mano. No podemos precipitarnos".

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Me quedé allí, mordiéndome la lengua. Calla daba vueltas junto al expositor de embragues nupciales.
"Aún no es demasiado tarde para romper la maldición. Tengo un vestido. De estilo clásico. De tu talla. Podrías guardar el de mamá para una sesión de fotos algún día. No hace falta tentar al destino".
"¡Calla, basta! Es sólo una coincidencia. Llevo el vestido de mamá. Estará bien".

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"Tú eliges".
Y justo cuando pensaba que no podía ir peor, mi estilista habitual estaba de vacaciones, así que fui al salón que me recomendó Calla.
"¡No te preocupes, Tammy es una maga!".
Aquel día, salí de la peluquería con un tinte azulado en el pelo. Azulado.

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Calla, que estaba "esperando con una revista de moda", se me quedó mirando.
"Vaya... bueno... al menos es inolvidable".
No me reí. En casa, fui directamente al baño y lloré. En silencio. Para que nadie me oyera. Unos minutos después, mi hermana llamó a la puerta.

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"¿Laurel? Yo... no quería molestarte con las bromas. Quería apoyarte. He pedido sushi para esta noche, ¿vale?".
Salí con los ojos enrojecidos.
"Todo esto son tonterías, Calla. No tengo dinero, tiempo ni nervios para que todo sea perfecto. Me casaré con mis viejos zapatos. Con el pelo azul. ¿Entendido?".

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Aquella noche, Calla se quedó a dormir. La llamó nuestra noche familiar de despedida de soltera. Vimos viejos dibujos animados y fingimos que todo iba bien.
Pero a última hora de la noche, me desperté al oír un crujido. La voz de Calla salía de la cocina.
"...está casi convencida... de que el tinte para el pelo no mató su espíritu... pero se está rajando. Si mañana estropeo el Pastel, no se arriesgará a ponerse ese vestido".

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Me quedé descalza en el pasillo y todo en mi interior se enfrió. Mi hermana. Mi dama de honor. Mi "sistema de apoyo". Y en ese momento, mi saboteadora.
Por fin lo comprendí: la maldición no estaba en el vestido. Estaba en sus celos.
Pero créeme, no lo dejé pasar. Mi hermana tenía que recibir exactamente lo que se merecía.

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***
La mañana de mi boda, Calla me llamó al menos cien veces. Probablemente estaba delante de mi apartamento. Pero yo no estaba allí.
Y tampoco estaría en el pequeño restaurante barato que me había reservado "en el último minuto". No.
Aquella mañana estaba tomando café en la cocina iluminada por el sol de Maeve, la hermana de Finn, que se había convertido en mi nueva dama de honor.

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Maeve ofreció su jardín acristalado de la azotea para la ceremonia. Con vistas al horizonte de la ciudad, jazz suave sonando en un viejo altavoz, un sencillo bufé y un pastel casero que ella misma había horneado.
De pie frente a su espejo antiguo, me puse el vestido de mi madre. El que Calla había intentado convencerme de que no usara.
"No está maldito. Sólo estaba esperando el momento adecuado".

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"¡Dios mío, mírate!". Maeve aplaudió. "Estás impresionante".
Me volví hacia ella, con las lágrimas amenazando mis pestañas perfectamente maquilladas.
"Oh, cariño... gracias. No podría haber hecho esto sin ti...".
"Oh, no, no. Hoy no hay lágrimas. Sólo sonrisas. ¿Trato hecho?".

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"Trato hecho".
¿Te estás preguntando qué le ha pasado a mi querida hermana? Ya no estaba invitada.
***
El jardín de cristal parecía mágico. Maeve sostenía mi ramo. Finn esperaba bajo el arco cubierto de rosas que yo misma había decorado a medianoche.

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Y mi padre... Mi dulce y tranquilo padre, que había accedido a secundar mi pequeño plan para darle por fin una lección a Calla... Se erguía orgulloso, dispuesto a acompañarme al altar.
"¿Lista?".
"Sí, estoy lista".

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Imaginé la cara de Calla cuando leyó mi nota. La confusión. El silencio de una habitación vacía que había decorado sólo para su ego.
¿Y sabes qué?
No me sentí engreída. No me regodeé. Me sentí libre. Porque la verdadera felicidad no consiste en demostrar nada. Se trata de no tener que demostrar nada en absoluto.

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Este artículo está inspirado en historias de la vida cotidiana de nuestros lectores y escrito por un escritor profesional. Cualquier parecido con nombres o lugares reales es pura coincidencia. Todas las imágenes son meramente ilustrativas.