
Una niña enferma le promete a una enfermera que completará su lista de cosas por hacer — Historia del día
Sam es una enfermera cuyo único sueño es convertirse en médico. Durante su turno de noche, conoce a una niña solitaria. Sam se sorprende al descubrir que la niña nunca podrá terminar su lista de sueños debido a su enfermedad. Decide completar las tareas de la niña para que se sienta mejor.
La enfermera Sam estaba en el turno de noche, haciendo la ronda por los pasillos poco iluminados del hospital. La noche era tranquila, salvo por los pitidos ocasionales de las máquinas y los murmullos lejanos de otras enfermeras. Al pasar por delante de una habitación, vio a una niña de no más de diez años que jugaba a las cartas sola en la cama del hospital. La niña parecía sola y triste, y algo en la escena le llegó al corazón. Decidió acercarse a la niña, con la esperanza de alegrarle la tarde.
"Hola..." dijo Sam en voz baja, con una incómoda vacilación en la voz. Siempre le costaba hablar con gente nueva; a menudo se sentía nerviosa e insegura de sí misma.
La chica levantó la vista y sus ojos reflejaban una mezcla de tristeza y curiosidad. "Hola", respondió en voz baja.

Sólo con fines ilustrativos. | Fuente: DaLL-E
"Me he dado cuenta de que tienes unas cartas muy raras por aquí. Nunca había visto nada así -continuó Sam, intentando entablar conversación. Se sintió un poco más segura al ver que se despertaba el interés de la chica.
"Eso es porque son especiales -explicó la chica, con una pizca de emoción en la voz-. "Estas cartas pueden hablar de tu pasado, presente e incluso futuro. ¿Quieres probarlas?".
Sam sonrió, contenta de ver que la chica se comprometía. "¡Claro, probemos! ¿Qué te dicen estas cartas sobre mí?". Se sentó en el borde de la cama de la chica, ansiosa por ver qué ocurría a continuación. "Por cierto, soy Sam".
"Lucy", respondió la chica con una sonrisa, estrechando la mano de Sam. A continuación, abrió su baraja de cartas y empezó a barajarlas con práctica facilidad.
"¿Lista?", preguntó Lucy, mirando a Sam con una sonrisa traviesa. Cuando Sam asintió, Lucy empezó a colocar las cartas una a una sobre la cama.

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"Las cartas dicen que eres una persona tímida... a la que le encanta ayudar a la gente", anunció Lucy, haciendo que Sam soltara una risita. Le hacía gracia cómo Lucy intentaba adivinar su personalidad basándose en las cartas.
"Supongo que las cartas no mienten", dijo Sam, sonriendo. "¿Qué más?".
Lucy continuó: "Parece que pronto te pedirán ayuda, y es mejor que lo hagas". Ambos se rieron, comprendiendo que Lucy estaba insinuando algo.
"Supongo que entonces no tengo elección", replicó Sam juguetonamente. "¿Y tú? ¿Qué dicen las cartas de ti?".
La expresión de Lucy se volvió un poco triste. "Que estoy muy enferma y que quizá no mejore pronto".
A Sam le dolió el corazón al oír aquellas palabras. "¿Te lo han dicho las cartas? ¿O los médicos?", preguntó nerviosa.
"Ambas cosas", dijo Lucy, con la voz teñida de una tristeza resignada. "Pero eso no es tan malo, ¿sabes? Casi he terminado mi lista de deseos".
"¿Lista?". Sam se sorprendió al oírlo. Pero Lucy estaba entusiasmada por compartirla; mostró su cuaderno con una docena de cosas por hacer escritas en él, y la mayoría ya las había comprobado.
"¡Mira! He aprendido a dibujar una flor, ¿ves?". Señaló con el dedo meñique, mostrando su dibujo al margen. Sam se reía y sonreía. La lista parecía tan mona y bonita, con todos aquellos dibujos y los distintos colores que utilizaba en ellos.
"He aprendido a contar hasta diez mil. He leído 111 libros sobre el amor y muchas otras cosas, todas menos una...". Lucy se entristeció de repente. Sam se sintió conmovido por la valentía de aquella niña; parecía que nada podría doblegarla, pero al mismo tiempo parecía tan vulnerable.

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Sam intentó mantenerse alegre por el bien de Lucy, aunque era desgarrador oírlo. "¿Casi? ¿Qué queda?", preguntó, con voz suave.
"Ésa es la parte en la que necesitaré tu ayuda", dijo Lucy, y sus ojos se iluminaron un poco. "Solía bailar mucho en las fiestas, pero parece que ya no lo haré más. Así que necesito que lo hagas por mí". Lucy le entregó a Sam una invitación para una lujosa fiesta que se celebraría al día siguiente. "Por favor, hazlo por mí. Termina la lista y te prometo que no te arrepentirás".
Sam se quedó desconcertada. La invitación era real y era para una fiesta a la que, de otro modo, nunca habría tenido la oportunidad de asistir. Era un gran acontecimiento, casi como un baile, destinado a gente rica e influyente.
"No estoy segura de poder...". tartamudeó Sam, luchando por encontrar las palabras adecuadas. No sabía cómo rechazar aquella sincera petición.
"Quédate la invitación", insistió Lucy, con un tono suave pero firme. "Ya no la necesito. Si no quieres ir, puedes venderla o deshacerte de ella".
Sam sostuvo la invitación, sintiendo el peso de la petición de Lucy. Sabía lo mucho que significaba para la niña y, aunque estaba asustada e insegura, sentía el deber de cumplir el deseo de Lucy. Sam miró los ojos esperanzados de Lucy y supo que no podía defraudarla.

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"Me lo pensaré", dijo finalmente Sam, con la voz llena de determinación. "Pero nada de promesas, ¿vale?".
"Vale", convino Lucy, recuperando la sonrisa. "Gracias, Sam".
Cuando Sam salió de la habitación, sintió una mezcla de emociones: miedo, incertidumbre y un profundo deseo de ayudar a Lucy a cumplir su último deseo. Sabía que aquello era algo más que un favor; era una oportunidad de aportar un poco de alegría a la vida de una niña, por efímera que fuera.
Sam entró en la tienda de ropa, con el corazón palpitando de ansiedad. La tienda estaba repleta de elegantes vestidos, cada uno más bonito y caro que el anterior. Se sentía fuera de lugar, como una intrusa en un mundo que no estaba hecho para ella. La idea de asistir a una fiesta elegante le parecía tan alejada de su vida cotidiana como enfermera, en la que vestía uniformes sencillos y rara vez tenía tiempo para eventos sociales.
Los ojos de Sam recorrieron las etiquetas de los precios mientras paseaba por los pasillos. Cada una de ellas le revolvía un poco más el estómago. Nunca se había gastado tanto dinero en ropa, y la idea de gastar sus ahorros, ganados con tanto esfuerzo, en un solo vestido le resultaba abrumadora.

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"¿Puedo ayudarla en algo, señorita?", la interrumpió una voz. Era el asesor de la tienda, un hombre alto y de aspecto pulcro. La miró de arriba abajo, con una expresión de desdén al ver su modesto atuendo.
"Necesito un vestido para un baile, pero ¿tiene algún vestido más barato? preguntó Sam, con la voz apenas por encima de un susurro. Sintió que sus mejillas se sonrojaban de vergüenza.
"¿Vestidos más baratos para un baile? ¿Eh?". El asesor sonrió con satisfacción, señalando con el brazo hacia el otro extremo de la tienda. "Quizá encuentres algo por allí". Con eso, se dio la vuelta y se alejó, dejando a Sam sintiéndose aún más fuera de lugar.
Sam siguió sus indicaciones y se dirigió a la parte trasera de la tienda. Allí, entre los vestidos menos extravagantes, lo vio: un vestido que, aunque no era tan elegante como los demás, tenía cierto encanto. Era un vestido sencillo y elegante en un suave tono azul, con delicados adornos de encaje. A Sam se le aceleró un poco el corazón al pasar los dedos por la tela. Era el único que podía permitirse y, para ella, era perfecto.

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"Es lo menos que puedo hacer por Lucy", murmuró, pensando en la niña y en su deseo. Respiró hondo, cogió el vestido y se dirigió a la caja.
Mientras esperaba en la cola, su mente se llenó de preocupaciones. Nunca había estado en una fiesta así. ¿Y si la gente se reía de ella? ¿Y si hacía el ridículo? Pero entonces recordó el rostro esperanzado de Lucy y su promesa de ayudar a cumplir el último deseo de la niña. Aquel pensamiento le infundió el valor que necesitaba.
Cuando Sam entró en el gran salón de baile, el corazón le latía con fuerza en el pecho. La sala estaba llena de gente elegantemente vestida, todos charlando y riendo, con sus joyas brillando bajo las lámparas de araña. Se sentía completamente fuera de lugar con su sencillo vestido azul, que, aunque le resultaba encantador, parecía sencillo en comparación con los extravagantes vestidos que la rodeaban. Sentía el peso de sus miradas, el juicio en sus ojos.
Respiró hondo, intentando calmar los nervios. "Recuerda por qué estás aquí", se susurró a sí misma. "Esto es por Lucy". Pero el malestar no la abandonaba. Cada vez que se movía, sentía como si todos los ojos estuvieran puestos en ella, escrutando cada uno de sus pasos.

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Mientras se abría paso entre la multitud, oía fragmentos de conversación. "¿Quién es?", susurró una mujer a su amiga. "Nunca la había visto".
Otra mujer, más atrevida, se rio abiertamente del vestido de Sam. "¿Has visto lo que lleva? Parece sacado de una tienda de segunda mano".
Las mejillas de Sam ardían de vergüenza. Lo único que quería era darse la vuelta y salir corriendo por la puerta. Pero no podía. Le había hecho una promesa a Lucy y pensaba cumplirla. Intentó concentrarse en la música, en la hermosa decoración, en cualquier cosa que la distrajera de los susurros burlones.
Cuando la música cambió a un vals lento y elegante, los invitados empezaron a bailar en parejas. A Sam se le encogió el corazón. Nunca había aprendido a bailar correctamente. Sólo lo había visto en películas y leído en libros. Su miedo aumentaba al ver a las elegantes parejas deslizarse por la pista.
Justo cuando estaba a punto de retirarse a un rincón tranquilo, un joven se acercó a ella. Tenía ojos amables y una sonrisa cálida. "¿Te gustaría bailar?", preguntó tendiéndole la mano.

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Sam vaciló. "Yo... no sé bailar", admitió, con la voz apenas por encima de un susurro.
"No pasa nada", dijo el hombre con suavidad. "Yo te guiaré". Se presentó como Caleb y la condujo a la pista de baile. Mientras sonaba la música, la guio por los pasos, con movimientos suaves y seguros.
Sam hizo todo lo posible por seguirle, pero tropezó varias veces, pisando los pies de Caleb. Oyó las risitas de los espectadores y sintió que se le sonrojaba la cara de vergüenza. "Lo siento", murmuró, sintiendo que se le llenaban los ojos de lágrimas.
"Lo estás haciendo muy bien", la tranquilizó Caleb. "Sigue adelante. No les hagas caso".
A pesar de los nervios, Sam empezó a disfrutar del baile. Los ánimos de Caleb le dieron un pequeño impulso de confianza y consiguió seguirle el ritmo. Pero cuando terminó el baile, los susurros y las risas se hicieron más fuertes.
"¿La han visto? Ni siquiera sabe bailar", se burló una mujer.
"Parece tan tonta", añadió otra, sin molestarse siquiera en bajar la voz.

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Sam sintió que se encogía, que quería desaparecer en el suelo. Luchó contra las lágrimas, decidida a no llorar delante de aquella gente. Pero antes de que pudiera decir nada, Caleb intervino.
"Ya basta", dijo con firmeza, con una nota de autoridad en la voz. "Es mi invitada, y lo está haciendo muy bien".
Las mujeres se callaron, sorprendidas por su defensa. Caleb se volvió hacia Sam, ofreciéndole una sonrisa tranquilizadora. "Vamos a llevarte a casa", dijo en voz baja.
Agradecida por su amabilidad, Sam asintió. Caleb la acompañó fuera del salón de baile y caminaron juntos en silencio hasta la entrada. Cuando salieron al aire fresco de la noche, Sam respiró hondo y sintió que la invadía una sensación de alivio.
"Gracias -dijo en voz baja, mirando a Caleb-. "Por todo".
"De nada -contestó Caleb-. "Lo has hecho muy bien ahí dentro. Y no dejes que esa gente te afecte. No saben por lo que has pasado".

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Sam asintió, sintiendo una mezcla de gratitud y tristeza. Había cumplido su promesa a Lucy, pero la noche había sido más difícil de lo que había previsto. Mientras Caleb la ayudaba a subir a un taxi, pensó en Lucy y en lo mucho que aquello habría significado para ella.
Por la mañana, Sam se apresuró a ir a la sala de Lucy, ansiosa por contarle lo ocurrido en el baile. Pero cuando llegó, se sorprendió al ver que la cama de Lucy estaba vacía. El pánico se apoderó de ella hasta que vio a Caleb junto a la ventana, con aspecto sombrío.
"¿Qué haces aquí? ¿Conoces a Lucy?", preguntó Sam, con la voz temblorosa por la ansiedad.
Caleb se volvió hacia ella, con los ojos llenos de tristeza. "Sí que la conocía. Era mi hermana".
"¿Era? No, ¡no puede ser!", gritó Sam, con lágrimas en los ojos. "Ella me dijo que fuera a ese baile. Debería haberme quedado con ella".
Caleb negó suavemente con la cabeza. "Así era ella. Siempre sabía lo que era bueno para los demás. Supongo que tú terminaste su lista. Gracias por ello".

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"Cualquiera habría hecho lo mismo", dijo Sam, con la voz apenas por encima de un susurro.
"Pero sólo tú lo hiciste", replicó Caleb amablemente. "Estoy seguro de que una chica como tú sería una gran médico. Y me aseguraré de que tengas esta oportunidad". Le entregó un cheque a Sam, la cantidad suficiente para cubrir sus estudios.
"¿Cómo lo has sabido?", preguntó Sam, con las manos temblorosas mientras cogía el cheque. "Lucy te lo dijo, ¿verdad?".
Caleb asintió. "Me lo dijo. También quería que tuvieras esto". Le entregó la baraja de cartas con la que Lucy solía jugar.
Sam miró las cartas, con el corazón dolorido por una mezcla de pena y gratitud. "Supongo que ahora mi futuro está en mis manos -dijo en voz baja, acercando las cartas a su corazón.
Caleb sonrió cálidamente. "Sí, así es. Y sé que lo aprovecharás al máximo".

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Sam sintió que la invadía una oleada de determinación. Honraría la memoria de Lucy convirtiéndose en la mejor médico que pudiera ser, ayudando a los demás igual que había ayudado a Lucy. Al salir de la sala, sintió un propósito más fuerte que nunca. Tenía un futuro que construir y estaba dispuesta a abrazarlo.
Este artículo está inspirado en historias de la vida cotidiana de nuestros lectores y escrito por un redactor profesional. Cualquier parecido con nombres o lugares reales es pura coincidencia. Todas las imágenes tienen únicamente fines ilustrativos.